jueves, 23 de agosto de 2012

Just Another War


Esta es la historia de vida de uno de los tantos que vieron la crudeza de la guerra y cayeron en Libia.
Este guerrero nació en un barrio humilde y vivió pobre, sin educación y sin respaldo familiar ya que su madre falleció cuando él tenía solamente un año y su padre murió cuando el surcaba los 15 años.
Ya desde antes había comenzado a dirigir su vida por sí solo, así que cuando su padre murió era suficientemente independiente como para vivir solo. Pero se descarriló fácil y terminó en una de esos grupos de ladrones y asesinos que vagan por las calles haciendo lo que saben hacer. Se volvió líder de una banda que el mismo formó al retar a varios líderes de otras pandillas. Así forjó un grupo muy respetado en su ciudad.
Él no luchaba en contra del estado, a eso él era indiferente, luchaba por su vida. Aun así, por su nivel de ignorancia (no sabía ni leer ni escribir) fue fácil convencerlo para que luchase por “la libertad, derrocando al tirano Muamar Al Gadafi”. Siguiendo estas palabras convenció a su grupo de levantarse en armas para luchar por los ideales ya nombrados. Avanzaron de ciudad en ciudad ganando territorios y batallas sangrientas, sumando y perdiendo gente en el camino, aniquilando enemigos e incluso gente inocente; niños y mujeres, padres y abuelos. Al llegar a una ciudad cercana a Tripoli fueron emboscados y tuvieron que luchar y/o huir de improviso. Entre los disparos una valiente parte de los rebeldes se acercaron a los emboscadores e intentaron atacarlos. Este movimiento fue inútil y en él perdieron muchos hombres. En cierto momento el joven líder del grupo revolucionario se encontró solo en medio de una calle con su arma semi-automática en su mano derecha y su mano izquierda deformada por el alcance de un fusil. De pronto una bala chocó contra una de sus piernas y la perforó de lado a lado. Cayó de rodillas y gritó de dolor. Por detrás un enemigo se acercó y al llegar a él le apuntó en la nuca. El calor del caño recién utilizado le quemaba la piel. Lloró, pero no lloró de dolor, lloró porque recordó cada segundo de su vida, y en un ataque de adrenalina intento girar. Entonces la bala salió de la pistola e impactó y perforó la carne del luchador rebelde.
Él no es el único que muere por la espalda, muchos soldados (en cualquier guerra) tienen el mismo destino. En la realidad la guerra es cruda, muchos mueren sin dar siquiera un solo disparo, muchos soldados son menores de 18 años, la mayoría de los afectados fueron los que dijeron NO a la guerra. Pero no hay remedio a tanta avaricia, se ha perdido la principal cura para esta enfermedad: el sentido común.